La prosa fastuosa de Llosa arroja al lector a esos mundos
sociales que padecemos, esos estamentos ya escritos de aquello que debe ser.
Las odiseas modernas del citadino que cruza la marea de lo real por el sueño que
siempre destella al final.
El homenaje al lector siempre será otro libro pues la literatura
no puede parar. Llosa le escribió al Perú que vivió, condenso en sus textos la
realidad respirada, arrojo a la luz ese secreto silencioso que las miradas
resguardan, porque no todo puede ser hablado en el momento.
En La ciudad y los perros (1963) explora la vida de un grupo
de adolescentes en el Colegio Militar Leoncio Prado en Lima, la brutalidad,
violencia y el machismo son los tenores de la trama. La crítica al estamento
militar en el Perú no conoció mejor golpe sutil que Llosa haciendo de las
suyas.
Antes que el cine está el guion, antes que la pantalla
existe el texto. Del Perú en escena se conoce la picardía de contar historias
que erizan la piel por el deseo suelto en los cuerpos y miradas que se atraen
hasta no contenerse más. Pantaleón y las visitadoras (1973), junta la erótica geografía
de la selva amazónica y la debilidad militar, como convocando su poder la selva
se hace mujer y pone de rodillas al hombre disciplinado, sexo y poder son los
hilos de la historia que resulta ser sátira de esa creencia heroica de temple y
hazaña.
No hay nada más polémico que ir contra los cánones de lo
normalizado. Y si la vida misma es atractiva por eso ¡qué mejor que se haga
libro! La tía Julia y el escribidor (1977) es la historia de Mario Vargas Llosa
y su amor sui generis, la distancia de edad y el parentesco son los factores
que hacen que el deseo se alimente del pecado.
Llosa es impulsor de la cultura de las letras; que narren
aquello que la carne vive, que hagan del lector esclavo del deseo, que nunca pare
la historia de ser contada, que para eso la vida no alcanza.
Los procesos de desencanto: el cambio
0 Comentarios