José A.
Sánchez
Una vez más tenemos un reparo ambiental hecho póster. Esta vez va dirigida a políticos, arquitectos, ingenieros, urbanistas, geógrafos y todos aquellos oficios que intervienen en el manejo del espacio urbano y los usos de suelo; por implicancia a la ciudadanía en general. En un mundo ideal, esta postal sería la manera en que se vea el territorio, una visión donde resalta el recurso hídrico.
El ciclo del agua, aunque se enseñe desde la primaria, es algo aún incomprendido. No existe la suficiente difusión sobre el tema, hecho que deriva forzosamente en un mal manejo. Esto es un desliz ético de los que nos dedicamos a las ciencias naturales. No hemos afrontado con la suficiente persistencia temas tan cruciales para la vida misma.
El agua es el principal factor que regula las actividades dentro de la mancha urbana aunque no parezca ni se lo entienda. Su factibilidad natural supera a cualquier instrumento municipal o estatal para que exista la aprobación de determinado giro en un predio. Es limitado como absurdo que en la práctica, las miras hacia el crecimiento se centren en la especulación y el valor del metro cuadrado; llega al grado de ser ofensivo que en la “aptitud planificadora” se consideren giros que requieran del agua cuando no existe el abastecimiento por parte del municipio ni la posibilidad de alumbrar un pozo nuevo cuando el acuífero se encuentra agotado y declarado en veda.
Una alternativa es el aprovechamiento del agua pluvial, pero este recurso es interpretado como un factor negativo para la construcción hasta el momento. Se han destinado miles de millones de pesos en encausar las aguas que bajan del cielo y las que escurren en canales o sea las terrenales, que dicho sea de paso, reciben a su paso efluentes negros venidos de nuestros hábitats y surtidos con muchos tipos de contaminantes criminales; y por causa de ese desprecio ecológico se explica el alto gasto monetario. Por su carga negativa y antiestética termina siendo el resumidero para la evidencia de la patología social (el hallazgo de cuerpos sin vida), y eso intensifica el desprecio; pues es difícil emparentar con escenarios deshumanos, que afortunadamente es menos grave que el inhumano, por ser algo reversible.
En el caso de Guadalajara (la preocupación local con sentido global por excelencia para los que escriben y diseñan lo ahora contemplado) el panorama no parece cambiar, inclusive desde que en marzo del 2012 el entonces Presidente Calderón Hinojosa, en el municipio de Tlajomulco de Zúñiga inauguró la planta de tratamiento de aguas residuales "El Ahogado" (PTAR). Con una proyección visual prometedora al sudoeste de la ciudad, la planta se maquinaba ser la esperanza ingenieril para el río Santiago. Pero no paso ni siquiera una década para que la tecnocracia defraude de nuevo y en contexto covid las noticias alertaran: planta de El Ahogado se queda corta ante polución del río Santiago.
Desde una perspectiva toponímica es posible anticipar la frustrante relación entre la planta y el río. Darle nombre propio a la ecología es una señal de la conquista cognitiva del hombre sobre las cosas (naturales o sociales). Se sustenta que al arribo de los ibéricos al nuevo continente desde aquel undécimo mes de 1492; el foráneo transoceánico que hace libros y crea mapas concibió como cosa lo nuevo ante sus ojos: todo un mundo cultural de yacimiento geográfico es cosificado. Fundar para re-conocer se volvió el cometido geopolítico y con las nominaciones la enculturación ejercida por la minoría se hace efectiva, produciéndose analogías geográficas a causa de la colonización; el ducado de Lerma como la ciudad de Santiago de Compostela son territorios en España que se proyectan como ríos en México. Ya en el segundo decenio del siglo XXI se suma la técnica y se presenta con el nombramiento del PTAR El Ahogado; suena algo desalentador e irónico que la esperanza ecológica remita la falta de respiración.
Existe normativa que se acerca a la comprensión del agua. Como la Ley Nacional y Estatal de Agua, misma que contiene en su artículo 85Bis reglas específicas sobre la alteración de la escorrentía e infiltración natural. Una vez más por artículo 115 constitucional, queda en gran parte de la autonomía municipal lidiar con el problema, pues es la institución que autoriza o no los planes que componen el tema hidrosanitario de un anteproyecto urbanístico-arquitectónico.
Los arquitectos, por lo tanto, ¿deberían ser los más instruidos en el manejo del agua? Para el planteamiento de un anteproyecto se consideran variables que implican un ejercicio geográfico en su sentido más puro y amplio; leer el clima, el relieve, el suelo y su material parental, comprender de la biota, la economía e incluso saber sobre paisajes; queda claro que todo esto no corresponde a una disciplina u oficio, sino que es un asunto trans-disciplinario y coyuntural. Cuando se diseña la obra es elemental la lectura previa, la familiarización ambiental del especialista, la que debería ser acompañada de la sociedad civil en un reconocimiento del campo con rigor y compromiso.
En defensa a esta desinformación podemos argumentar la poca inversión de ciencia pública para la gestión de instrumentos de control. Hablar de estimaciones de volumen hídrico a veces, y en varias zonas de la ciudad, es una parodia trágica pues no existen suficientes garitas meteorológicas. No se diga en otros tópicos como la calidad del aire; el Sistema de Monitoreo Atmosférico en Jalisco (SIMAJ) cuenta con nueve estaciones para una ciudad que se expande en "urbanismo capilar; la ciudad crece por todos lados en los que el capital financiero y el espacio físico lo permitan -la ciudad crece hacia afuera, hacia adentro, hacia arriba- (Triple A)" [Felipe Cabrales, min 55:14].
La mira hacia entender la ciudad se ha desviado por la tangente. Existe mayor rigor y diligencia en la lectura de los movimientos vehiculares (los aforos, forzosos en los estudios de impacto al tránsito); el ciclo hídrico y la ocupación del suelo es un tema cuya relevancia es en todos los aspectos mayor y requiere de más investigación.
Existen esfuerzos por que se logre reconocer las características de una cuenca en las legislaciones. El enfoque cuenca que viene siendo promovido por el Instituto de Ecología y Cambio Climático desde inicios de la década del 2010 trata de eso: considerar la cuenca como unidad de protección ambiental. Se pretende que la gestión pública interprete los parteaguas como límites precisamente para lograr un mejor manejo integral del agua.
Para esto es necesario identificar las cuencas hidrológicas, sobre todo en la urbe, y para eso tomó luz la iniciativa FIRCO (Fideicomiso de Riesgo Compartido), la cual elaboró datos vectoriales para todo el país, delimitando las microcuencas para cada Estado. Es verdad que se requieren varios ajustes pues la escala de análisis no es óptima para el nivel municipal o localidad. Pero esta tarea se descuidó y su consideración no llegó a ser ejecutada por los actores que más requerían de estos insumos, como los arquitectos y urbanistas. Afortunadamente pero aun incipientemente gracias a la geomática el interés por las cuencas hidrográficas toma flote, pero ahora más asociadas al cambio climático.
Aunque parezca pretencioso, el póster resulta ser uno de los pocos recursos gráficos existentes donde se muestren elementos del sistema hídrico dentro de la ciudad. Se resaltan los cuerpos de agua y los escurrimientos en matices derivados del rojo por la índole alarmante que significa la necesidad de su presencia para la planeación muy inadvertida. En derivados cromáticos del mismo rojo se presentan las calles (son los microflujos) y los predios destinados a espacios verdes y abiertos pues el flujo laminar en ellos es diferente respecto a la traza regular de la ciudad. En un tono más obscuro se muestran los espacios de reserva forestal o para turismo ecológico. Esta forma de colorear es una protesta visual para causar atención sobre los elementos ecológicos que corren el riesgo de ser mal planificados.
El relieve tiene otra paleta de colores, de gris a verde dado que su presencia condiciona y a la vez es condicionada por el agua en una recursividad perenne. Además, las zonas puntuales de inundación según el Atlas de Riesgos Estatal (2007) aparecen como círculos, en alusión a los nodos de problemas fruto de la alteración de la ciudad-red. Existe un achurado de puntos para indicar los acuíferos (Atemajac y Toluquilla) en estado de sobre-explotados, vaciamiento que merece ser calculado, en los que se asienta la Zona Metropolitana de Guadalajara.
Para no pecar de alarmista y pesimistas se recure a la iconografía ecológica beneficio de la cosmovisión náhuatl; la palabra Atl significa ‘agua fuente de vida’, las instituciones de ciencia lo saben y esperan reivindicar la sabiduría que subyace. La modelación fruto de la programación por ordenador se conjunta con la macrolengua mesoamericana para producir el Sistema de Flujos de Aguas de Cuencas Hidrológicas (SIATL).
Dicho término mesoamericano es pieza léxica integrada en el concepto Altepetl que alude al agua-montaña, la conjugación de dos sustantivos que en lengua española son totalmente independientes pero no para el mexica; por tanto es un difrasismo (tecnicismo para referir el contacto de dos mundos de lengua), que hasta ahora por mucho esfuerzo que se ha realizado poco es considerado para hacer ciencia, por su carga metafórica solo es ubicado en el campo semántico de la literatura mesoamericana. Pero es casi inexorable no considerar la riqueza lingüística del México profundo para articular la ecología añorada como proyecto culturalmente evidenciado. El Altepetl como concepto científico es la alternativa radical que se asoma para suplantar la planificación territorial o el desarrollo local, en síntesis es la superación a la geografía moderna causal de los aprietos ambientales que hoy padecemos.
La técnica accionada que pretende remediar o palear el descuido nefasto del ciclo del agua en la planeación de la Zona Metropolitana de Guadalajara ya cuenta con historial; en el 2011 se hizo expedito el Programa de Manejo Integral de Aguas Pluviales (PROMIAP), ante su insuficiencia recientemente se habla de Impacto Hidrológico Cero que la legislación tarda en reglamentar.
Qué poder hacer cuando un recurso elemental para la reproducción de la vida es negado? En una sociedad fracturada la práctica de impugnar el espacio-tiempo por los afectados (tomando una carretera y así alterar la función de una ciudad), es una forma clara de incomodar por reclamo. Es una forma de decir: si se me niega el agua (yo afectado) te niego el espacio-tiempo con mi corporalidad en lucha. El generoso espacio se vuelve moneda de cambio; agua por espacio exclaman los afectados. Lo paradójico es que, del ciclo hidrológico, el producto de agua como recurso pierde espacio de formación con los cambios de uso de suelo. El agua también impugna el espacio-tiempo de la ciudad como inundaciones, pero el insensato humano peleado con la naturaleza ve estas manifestaciones solo como siniestros.
Froy
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